Pastelería y repostería

Bocados del cielo

3 septiembre, 2018

La monjas y los frailes son conocidos, hoy en día, por su arte culinario: potajes de vigilia, patatas a la importancia, gambas con ali-oli,  las conservas , el mazapán, los turrones, alfajores, hojaldres, yemas, roscos de vino, y muchas otras delicias, tienen un origen “divino”.

El origen de la popularidad de las cocinas de monasterios o conventos  se relaciona con el auge de las peregrinaciones dentro de la misma Europa, cuando los creyentes, ante la caída de San Juan De acre,  el último bastión cristiano en Oriente, se les hizo imposible visitar el Santo Sepulcro, por lo cual se volcaron a rezar en las basílicas romanas de San Pedro y San Pablo, atendiendo la indulgencia del papa Gregorio IX.

Allí empiezan los monasterios a jugar un papel clave para el alojamiento y la alimentación de los peregrinos, que llegaban por caminos preestablecidos, que protegían diferentes órdenes de caballería, para que los salteadores de caminos no hicieran de las suyas.

La literatura que describe lo que se cocía en los conventos diferencia dos clases de comidas monacales.

Por una parte, la comida normal, de todos los días, que se hace para la comunidad y que suele ser muy sencilla y poco complicada  y por otra, la que se hace en días señalados para el convento o para regalar a distintas personas, benefactores o amigos de la casa, que suelen ser piezas de repostería, que es donde pondremos el acento.

Desde el siglo XV, las religiosas  se han venido dedicando a la repostería, sólo que en aquel entonces las monjas tenían más poder adquisitivo, pues recibían cuantiosas herencias y disponían de dotes importantes, de modo que elaboraban pasteles para agasajar a sus benefactores.

La oferta de dulces de convento en Sevilla es notable. Hay 17 congregaciones que expenden al público sus delicias.

Uno de los recetarios conventuales más famosos, el de la Orden de Alcántara,  que junto con las de Santiago, Calatrava y Montesa,  conformaba las cuatro grandes órdenes militares y religiosas de la Península Ibérica. Este recetario se convertiría con el tiempo en el germen de algunos de los más afamados platos de la cocina francesa.

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