La amplia variedad de bebidas refrescantes hace que se puedan armonizar con cualquier alimento, a distintas horas del día o de la noche. De hecho, cada refresco constituye un universo por descubrir en nuestra cultura alimentaria. Frente a formas tradicionales de beber o servir los refrescos, debemos optar por innovar y buscar una originalidad que nos permita descubrir nuevas sensaciones.
Las bebidas refrescantes forman parte de nuestra vida, de nuestras celebraciones, relaciones sociales, comidas familiares, de trabajo, etc. Basta un recorrido por los pasillos de cualquier tienda o hipermercado para descubrir hasta qué punto es amplia la variedad de bebidas refrescantes y lo mucho que han calado en nuestra vida diaria.
Fruto de la modernidad, su eclosión ha ido paralela a la de la sociedad, al establecimiento de nuestras costumbres y formas de vida contemporáneas, por lo que su aceptación es absoluta: hay una bebida refrescante para cada momento, para cada ocasión y también para cada gusto o estilo de vida.
La evolución experimentada por la cultura occidental en los últimos siglos, especialmente en el XX, ha hecho que comer y beber dejen de constituir actos destinados exclusivamente a satisfacer las necesidades básicas de alimentarse y saciar la sed para pasar a convertirse, en muchas ocasiones, en actos sociales de encuentro o en experiencias individuales de placer. Las diferentes empresas productoras que fueron surgiendo lo entendieron desde el principio y obraron en consecuencia.
Desde su nacimiento, los fabricantes de las bebidas refrescantes fueron experimentando con aromas y sabores como nunca antes se había hecho. Con el tiempo, los avances científicos les permitieron combinar aromas, frutas, extractos vegetales hasta encontrar las fórmulas que fueran más atractivas para el consumidor. Porque, aunque ningún ser humano es inmune a la sed, las bebidas refrescantes consiguieron aportar el valor añadido del sabor.
La experimentación de los aromas y sabores dio lugar a la creación de algunos refrescos que señalaban de forma directa su origen, como es el caso de todos aquellos refrescos de frutas, con gas o sin él, que mencionan explícitamente la naranja, la piña, la manzana o el limón, entre otros, como sus bases aromáticas. Pero también dio lugar a sabores absolutamente nuevos nacidos de la combinación de ingredientes diversos, como es el caso del bitter, la cola, la tónica o el ginger ale, por citar algunos.
Esta inmensa variedad hace que cada refresco admita grandes posibilidades de integración en nuestro catálogo de productos gastronómicos.
Resultaría absurdo tratar de establecer normas para una gama de productos tan diversa pero sí se puede hablar de criterios de oportunidad basándonos en sus propiedades. Esto, sin olvidar nuestros propios gustos, permite disfrutar aún más de todos los aromas, sabores y sensaciones en el paladar que ofrece cada uno de los distintos tipos de refrescos. De lo que se trata es de innovar y buscar una originalidad que nos permita descubrir nuevas sensaciones.
Atendiendo a las propiedades y el sabor, cada refresco tiene un momento ideal. Nuestro organismo funciona de acuerdo a las pautas que marca el reloj de nuestros hábitos y hay ciertos sabores y aromas, ciertos productos que responden de una manera más efectiva a las horas que marca ese reloj biológico.
Así, por ejemplo, los refrescos de naranja se asocian inconscientemente con la mañana, dada la costumbre de consumir bebidas derivadas de esta fruta en la primera mitad del día. Por su parte, los de cola se consumen a cualquier hora del día, pero la intensidad y complejidad de sus aromas los hace apropiados para ser ingeridos a partir de media mañana, cuando toda la capacidad de percepción de las personas se ha despertado.
Sobre la base de los principios de similitud, contraste y complementariedad se puede construir una propuesta diferente que permita crear nuevas experiencias gastronómicas. Cada una de estas bebidas sin alcohol posee una formula muy estudiada que da lugar a unas determinadas cualidades organolépticas: aromas, sabores, textura, estructura. Son herramientas, cada una de ellas, para construir nuevos y atractivos elementos gastronómicos. Por eso, las distintas bebidas refrescantes presentan múltiples posibilidades de maridaje con distintos alimentos: el limón con los pescados, por ejemplo; la cola con las carnes rojas; la gaseosa con frutos secos, arroces, pastas, etc.
En definitiva, para gustos hay refrescos y formas de disfrutarlos.
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