Hace unos días tuvimos una clase en formato webinar para comentar algunos aspectos importantes del aceite de palma, un producto que últimamente ha generado mucha controversia.
Ahora que parece que ha pasado la “tormenta mediática”, en la que cada día nos han informado de la presencia de este producto en muchos alimentos de consumo habitual, resulta más importante que nunca hacer un balance de la información y tomar nota para estar preparados para la siguiente ola informativa.
¿Cómo ha tenido lugar la alarma de consumo?
Gracias al reglamento europeo No. 1169/2011 y la entrada en vigor de la normativa para informar el tipo de grasa que se incluye en los productos, ya no basta con el título informativo de “grasa vegetal”. De este modo ahora sabemos que muchos productos contienen “aceite de palma”.
El empleo de aceite de palma tuvo un crecimiento exponencial en la década de los 80, como una opción más saludable respecto al empleo de grasas trans, de las que diversos estudios demostraron su repercusión en el aumento de enfermedades coronarias.
Al presentarse como una opción más conveniente, la industria alimentaria aumentó la demanda para cubrir el amplio espectro de utilización, ya que además de presentarse como más saludable, la industria ha sabido entender las ventajas de producción y aprovechamiento.
En esta “verdad a medias” que nos ha vendido la industria, es por donde más han atacado las asociaciones de nutricionistas. El aceite de palma es una grasa saturada y, como bien sabemos, estas grasas también están relacionadas con enfermedades del corazón (aunque es verdad que también existen algunos debates abiertos respecto a estas grasas).
Para estar preparados debemos tener toda la información y saber que en realidad el aceite de palma tiene solo un 49-50% de grasa saturada y el resto presenta grasas monoinsaturadas. Si tenemos en cuenta el contenido real no se trata de una grasa tan mala. Además el aceite bruto antes de refinar, tiene un alto contenido en carotenoides, precursores de la vitamina A y licopeno un antioxidante famoso por estar presente en otros productos como el tomate.
¿Cuál es el problema del aceite de palma?
Entonces, ¿dónde está el problema? La grasa de palma que consumimos está refinada y es durante este proceso que pierde los carotenoides y el licopeno, así que tenemos un 50% de grasa saturada sin más. Si bien es cierto que no tiene un contenido tan elevado en grasa saturada, el empleo es tan alto en la industria, que consumimos más del porcentaje recomendado. Es decir, si debemos consumir un 30% de grasa de toda la ingesta alimentaria, máximo un 7% debería ser de grasa saturada.
La industria ha sacado muchas ventajas en la utilización del aceite de palma, por su alto punto de humo (230ºC) ofrece una grasa ideal para frituras como chips, snacks, patatas fritas… La parte más sólida por su favorecedora textura se emplea sobre todo para cremas, coberturas de chocolate, margarinas, galletas… Su bajo coste y alta rentabilidad le hace una opción ideal para productos precocinados.
Por todas estas razones la industria ha elevado la demanda de aceite, por los altos beneficios económicos que obtiene al decantarse por esta opción tan rentable.
Llegados a este punto entran otros factores en la ecuación, el aceite de palma se extrae de la palma aceitera, Elaeis guineensis, originaria de África central y oriental, necesita de un clima cálido con precipitaciones tropicales para tener un óptimo crecimiento.
Los principales países productores son Indonesia y Malasia, aunque también se ha extendido su explotación en otros países como Tailandia, Colombia, Ecuador, Nigeria entre otros, países en los que puede resultar fácil eludir la legislación de una explotación sostenible o estar expuestos a condiciones laborales abusivas.
Éstas son dos de las principales razones por las que debemos luchar y exigir a la industria alimentaria, alternativas de empleo del aceite de palma.
La alta rentabilidad de la explotación de las palmas para la obtención del aceite de palma, la ha convertido en una buena razón para esquilmar terrenos salvajes, bosques de turba que son reservas naturales de carbono y que poco a poco al ser talados liberan su concentración. Esto genera unas emisiones impresionantes de CO2, como si fuera poco con el calentamiento global actual, añadimos una zancadilla más en pos de beneficios económicos para unos cuantos.
Esto no es nada nuevo, por ello varias asociaciones medioambientales y la iniciativa internacional voluntaria denominada la mesa redonda para el aceite de palma sostenible (RSOP), apuestan por una producción sostenible mediante la certificación de cultivos con sello homologado del procedimiento de producción que no tenga impacto ecológico y que las condiciones laborales sean buenas.
Lo cierto es que resulta complicado alcanzar el objetivo y, hasta ahora, hay pocas explotaciones certificadas. Éstas suelen ser las que se quedan de lado en el mercado competitivo, pues la certificación supone un 10% más de coste de producción. La certificación tiene ciertas lagunas, pues permite que una explotación pague por “certificar” su producción, con lo cual, el problema no se resuelve.
A esto tenemos que añadir, la nueva excusa de la producción de biocombustibles, obtenidos a partir de los residuos de la palma y digo excusa porque no es una opción viable real. Para obtener un litro de biodiesel se producen las mismas o incluso más emisiones de CO2 de las que se producen con otros combustibles fósiles, sin embargo al estar subvencionada la explotación de biocombustibles, resulta nuevamente una apuesta que renta buenos beneficios económicos.
En definitiva, debemos conocer toda la información de este producto, pues si la industria se lo propone lanzará nuevamente campañas a favor del empleo del aceite de palma y nos querrán convencer que no es una grasa tan mala. Ahora sabemos que es cierto que tiene solo un 49% de grasa saturada.
Además por supuesto de la conciencia ecológica y social cada vez más extendida, el beneficio de unos no tiene que ser el perjuicio de otros y que aunque nos parezca algo tan etéreo y lejano, es nuestra obligación luchar por conservar el medio ambiente.
Diplomatura Superior en Cocina, Escuela de Hostelería de Sevilla, 2006. Experto en Nutrición y Dietética Aplicada, Universidad Europea Miguel de Cervantes, 2015. Ha sido Jefe de Cocina en el Restaurante Fussioli Pasta e Birra, 2013 – 2014 y Jefe de Cocina Del Rosario Gourmet, 2007 – 2013. Desde esa fecha ha formado parte del Grupo Lezama y ESAH como coordinadora docente de EstudiaHosteleria.com . Puedes consultar toda nuestra nuestra oferta formativa de cursos y másters en nuestra web.
1 Comment
Alberto
1 junio, 2017 at 9:02Excelente artículo, yo siempre había pensado que el aceite de palma era todo grasa saturada